Miquel Desclot llegeix Winnie the Pooh de A. A. Milne

WINNIE-THE-POOH

Descubrí este clásico de la literatura infantil inglesa durante mi primer año de estancia en la Universidad de Durham, al noreste de Inglaterra, donde ejercí de lector de castellano y de profesor de lengua y literatura catalanas entre 1980 y 1982. En alguna de las tertulias con los estudiantes, no recuerdo cómo fue, salió a colación ese título. Me lo ponderaron unánimemente como uno de los libros que todos los niños ingleses conocían y adoraban. Comentándolo después en la casa donde yo vivía, las dos niñas de la familia coincidieron también en recomendármelo vivamente como un libro imprescindible. Debo confesar, ahora que no me estarán escuchando, que ya me habían recomendado otros libros que no me habían interesado mucho o incluso nada; aun así, me dispuse a abrir un paréntesis en mis lecturas de Jane Austen y William Blake y empecé a leer finalmente Winnie-the-Pooh. Ya desde las primeras frases, “Here is Edward Bear, coming downstairs now, bump, bump, bump, on the back of his head, behind Christopher Robin. It is, as far as he knows, the only way of coming downstairs, but sometimes he feels that there really is another way, if only he could stop bumping for a moment and think of it”, me quedé prendado, agradablemente sorprendido. Me pareció tan encantadoramente imaginativo, ingenioso y divertido que lo leí en un santiamén. Era evidente que el autor se lo había pasado en grande y que lo había escrito para lectores tan inteligentes como él mismo. ¡Qué hallazgo!

Pero ¿quién era aquel A. A. Milne que firmaba el libro, de quien yo no había oído hablar nunca?

Alan Alexander Milne (1882-1956) era un escritor nacido en Winchester y graduado en Cambridge, que a principios del siglo XX empezó a publicar textos humorísticos, en prosa y en verso, en la revista Punch, de cuya redacción entró a formar parte en seguida. En poco tiempo,

Milne se convertiría en autor de dieciocho obras de teatro y de tres novelas. Pero en 1920 nació su hijo, Christopher Robin, que de la forma más impensada habría de cambiar su vida. Milne empezó a escribir para él poesías y cuentos, que publicó con el concurso de un dibujante, E. H. Shepard, colega suyo en la revista Punch. Así se publicó una primera colección de poesías, When we were very young (Cuando éramos muy pequeños), el año 1924, y una primera serie de cuentos, Winnie-the-Pooh, en 1926. Acogidos esos títulos con éxito, Milne y Shepard aún publicaron una nueva colección de poesías, Now we are six (Ahora que ya tenemos seis años), en 1927, y una nueva serie de historias, The house at Pooh Corner (La casa en el rincón de Pooh), en 1928. Curiosamente, toda la producción de Milne se redujo a esos cuatro libros, aparecidos entre 1924 y 1928. Ahora bien: el éxito de esos cuatro títulos fue tan apabullante que sus propios autores sintieron con cierta amargura que hacía olvidar al público el resto de su obra. Les pesara o no, la verdad es que habían logrado con aquel breve conjunto crear un clásico de la literatura infantil comparable sólo a los mejores de la tradición inglesa: las dos Alicias de Lewis Carroll, el Nonsense de Edward Lear o los libros de Beatrix Potter.

Las dos series de historias ponen en escena al hijo de Milne, Christopher Robin, y a los muñecos de su colección de juguetes, presididos por Winnie-the-Pooh, el oso de peluche preferido del pequeño. Los personajes eran tan reales que el ilustrador los copió con escrupulosa fidelidad (aunque la imagen del oso Winnie no es exactamente la del oso de Christopher Robin, sino la del oso del propio hijo del ilustrador).

Aunque se trate de historias diferentes y autónomas, todas ellas conforman una unidad perfectamente trabada y coherente.

El uso ingenioso y juguetón de la lengua por parte de Milne ha hecho que sus libros sean particularmente difíciles de traducir a otros idiomas, y seguramente eso explica que el oso Winnie-the-Pooh llegara a nuestras latitudes notablemente tarde, y aún por probable influencia de la apropiación de Pooh y sus amigos por parte de Walt Disney Productions. Yo recuerdo con espanto una edición en castellano, creo que de la extinta editorial Bruguera, que era literalmente execrable. Ignoro si las traducciones castellanas posteriores y la catalana están a la altura del original: las desconozco.