La película de Steven Spilberg, «War horse» (2011), ha contribuido a divulgar un relato juvenil que, desde que apareció en 1982, ya ha vendido más 400.000 ejemplares en Gran Bretaña y que fue trasladada también al teatro por Tom Morris, del National Theatre, en un montaje con grandes marionetas (2005) que ha obtenido un gran número de prestigiosos premios teatrales.
En la línea iniciada por «Black Beauty» de Anne Sewell (1877) el narrador del relato es un caballo, Joey, quien nos cuenta su vida desde el nacimiento en una granja inglesa, hasta sus vicisitudes en el frente, durante la Primera Guerra mundial. La obra se basa en un hecho real: más de un millón de caballos fueron enviados por Gran Bretaña a los países en guerra del continente, donde murieron en los campos de batalla o fueron vendidos como carne al terminar la guerra. Morpurgo, un autor con una extensa y prestigiosa obra infantil y juvenil, conoció a un granjero que a los 17 años había cuidado de estos caballos en la guerra y de ahí surgió su relato.
La narración de Morpurgo fluye sin truculencias y con una dosis bien medida de dramatismo. Hay mucho detalle cotidiano en las necesidades físicas y afectivas de los caballos, lo que da vida a la narración, descripciones desgarradoras de las cargas, escenas fantasmales del vagar por tierras de nadie y un texto que sabe hablar, delicadamente y sin didactismo, de la soledad, la supervivencia, la solidaridad y, sobre todo, de la amistad. De la amistad con otro caballo o entre el caballo y varios personajes secundarios, antes de que todos desaparezcan engullidos por la muerte. Pero, de forma central, de la amistad del caballo y Albert, el muchachito hijo de la granja donde nace, que lo protege de su padre, ve impotente cómo se lo llevan los soldados, llega a la edad de ser alistado, lo encuentra en medio de las batallas y lo cuida nuevamente. Un libro delicado y dramático, lleno de imágenes y de sensaciones, que lo tiene todo para perpetuarse en la mente de los jóvenes lectores.

Teresa Colomer