Un camino de flores es un álbum sin texto. Blanco y negro, salpicado de color -siempre rojo el abrigo con capucha de la niña- hasta que los colores triunfan en toda la página. Vamos de regreso a casa con la niña y su padre desde la misma portada, donde los vemos caminando de espaldas y iluminados de frente. El padre va bastante ajetreado, hablando por el móvil en algunos tramos del camino. La niña se distrae viendo flores silvestres que surgen entre el cemento, aquí y allá. Las recoge y empieza a regalarlas, al león de piedra, al pajarito muerto del parque, al señor que duerme en el banco, a la madre y hermanitos cuando llega a casa… Podría ser un libro cursi sobre sentimientos, con la contraposición habitual entre la vida urbana y adulta, por un lado, y la inocencia mágica de los niños capaces de ver la belleza y tener empatía, de la otra. Pero resulta que es realmente un poema. No en vano su autor es un poeta y un narrador excelente que hace fluir con interés la simple historia de un paseo, mientras que su ilustradora tiene un dominio extraordinario de la técnica que le permite dotar de emoción y expresividad un relato que se construye sólo desde la imagen. Tal como nos explica la editorial, la historia se inspira en un paseo que el autor hizo con una de sus hijas: «Shopie regalando flores, encontrando color y vida en un mundo gris; ella no parecía ser consciente de lo que estaba haciendo, y eso también era importante. Me di cuenta de que sería un libro precioso, sin necesidad de palabras ». Y efectivamente, el libro transmite muy bien esta inconsciencia de la niña que, sin ningún énfasis de trascendencia, juega a su aire de forma imaginativa, sensible y juguetona para acabar utilizando su última flor como teléfono móvil. Un libro crítico, agradable, sutil y hermoso para todas las edades, que ha recibido ya varios premios y que levantará pasiones de forma bien merecida.

Teresa Colomer