Tania Val de Lumbre viene de Noruega y una vez leído, no sería necesario decirnos que viene de “nord enllà”. La vivencia de una naturaleza de noches largas y bosques nevados, las formas sociales que rodean a los niños de tanta seguridad como de sorprendente libertad, el gusto por las emociones y los sentimientos sólo insinuados, así como la forma de narrar sin ramplonería y con dominio del matiz y la descripción remiten indefectiblemente a la tradición literaria de los países nórdicos. No por casualidad se ha dicho que esta pelirroja de 10 años es descendiente directa de Pippi Langrstrud, aunque hay que añadir que con un empalme de las montañas nevadas de Heidi. Tampoco hay que esforzarse para descubrirlo, ya que aunque Tania no es mágica comparte pelo, autosuficiencia, empuje e imaginación con la clásica niña de las trenzas, mientras que el homenaje a Heidi es bien explícito a lo largo de la trama y en la relación entre Tania y su viejo amigo de 74 años y el corazón herido.

Una narración potente y tranquila, en la que los lectores pueden tomar posesión de un valle entero y de sus escasos y peculiares habitantes, pueden tirarse chillando en un trineo a toda velocidad, librar su guerra personal con el hostelero del pueblo o esforzarse para estar a la altura de los conflictos humanos, así como intervenir activamente para ayudar a resolverlos. Un libro ameno y con espesor, muy diferente de las fórmulas banales, repetitivas y superficialmente didácticas sobre vidas escolares y misterios detectivescos tan abundantes en las obras dirigidas de los 9 a los 11 años. ¡Bienvenida, Tania!

Teresa Colomer