Agustín Fernández Paz lee La isla Misteriosa de Jules Verne

La isla misteriosa, Jules Verne, 1874.

1. ¿Por qué esta novela?

¿Por qué, entre tantas novelas magníficas que podría haber elegido, no dudé ni un instante cuando Teresa Colomer me pidió elegir un título para esta tertulia? Hay, en primer lugar, una motivación sentimental y biográfica. Como ya la he contado en otro lugar, me tomo la libertad de reproducir aquí un fragmento de un texto escrito hace varios años:

Una noche cualquiera de invierno, en los grises y mediocres años cincuenta. Una casa de un pequeño pueblo gallego, tan pobre como las otras que hay a su alrededor. La oscuridad de la larga noche de piedra de la dictadura es algo más que una metáfora. En esa casa hay un hombre sentado a la mesa de la cocina, que apoya un libro sobre el hule gastado. Ha estado trabajando todo el día en la carpintería, quizá ocupado en las piezas de una cama, o de un armario, muebles hechos con la voluntad de vencer el tiempo.

Ahora tiene el libro abierto y, mientras pasa las páginas, le habla a su hijo más pequeño de las maravillas que, como si fuera una lámpara mágica, encierra aquel volumen. “Pronto podrás leerlo”, le dice, “y entonces verás como es cierto todo lo que te he contado”. Y el niño, contagiado por el entusiasmo que desprenden los ojos y las palabras de su padre, desea que pasen veloces los días, para poder entrar en La isla misteriosa de Jules Verne, pues ese es el libro, uno de los que forman la biblioteca paterna, si es que se le puede llamar así a los dos estantes que guardan unos pocos libros, un tesoro para aquellos tiempos: Verne, Poe, Salgari, Dumas, Mark Twain, Pushkin… Todas ediciones viejas y gastadas, reencuadernadas de nuevo por las manos cuidadosas de un encuadernador amigo. Todos títulos que, en un proceso guiado sólo por la intuición y el entusiasmo, sirvieron para que el niño quedase contagiado para siempre por el placer y el deseo de leer. Todo tan natural y espontáneo como el simple hecho de beber un vaso de agua para apagar la sed. Aquel niño de los años cincuenta era yo, y aquel carpintero, que además tocaba la trompeta en una de las dos orquestas del pueblo, era mi padre.

Efectivamente, La isla misteriosa fue la primera novela larga que leí, sin ilustraciones de ningún tipo. Fue mi libro iniciático, en el que descubrí el goce inmenso que podía proporcionarme la lectura. Y donde aprendí también que los personajes de un libro podían terminar apareciendo en otro, y que La isla misteriosa prolongaba y cerraba las aventuras contenidas en otros dos títulos mayores de Verne: Veinte mil leguas de viaje submarino yLos hijos del capitán Grant.

A lo largo de todos estos años, volví a leerla repetidas veces, parcialmente o en su totalidad. Hasta hace poco, lo hacía en la antigua edición que heredé de mi padre, que aún conservo pero que ya no utilizo, porque las páginas amenazan con deshacerse. Actualmente, la que prefiero es la de Edhasa, que tiene la ventaja de contar con las ilustraciones originales de Férat y con una encuadernación muy resistente; también me parece recomendable la traducción de Miguel Salabert, uno de los grandes estudiosos de Verne, para Alianza Editorial.

2. Una feliz coincidencia.

En los libros y artículos que he podido leer sobre la obra de Jules Verne, me he encontrado con una estimulante unanimidad: en todos se califica La isla misteriosa como una de las mejores, o la mejor, novelas del autor francés.

Así, Roland Barthes, en su Mitologías, escribe estas palabras: «…esa novela casi perfecta, La isla misteriosa, en la que el hombre-niño vuelve a inventar el mundo, lo llena, lo clausura y se encierra dentro de él». Y Juan Tebar, otro estudioso de la obra de

Verne, afirma que «esta novela es uno de los títulos mayores de la obra verniana, y también uno de los ejemplos más distinguidos de sus aventuras abismales». Y, para no cansar, cito por último al propio Verne, que en una carta a su editor, Jules Hetzel (habrá que hablar de él, inevitablemente), le dice: «Ya ha intentado usted varias veces hacerme dudar de esta novela. (…) Estoy completamente seguro de que hay en esta obra mucha más imaginación que en las demás y que eso que yo llamo el crescendo va progresando de una forma como quien dice matemática.»

3. Una brevísima contextualización.

Jules Verne tiene 35 años cuando, con el manuscrito de Cinco semanas en globo, visita en París al editor Jules Hetzel. De su encuentro, saldrá un acuerdo fundamental: Verne escribirá tres obras anuales para el editor, que las publicará primero seriadas en una revista dedicada a la juventud y más tarde en forma de libro. A cambio, le ofrece a Verne una cantidad anual que le asegura poder vivir de la escritura. El plan que trazan, al que luego llamarán “Viajes Extraordinarios”, respondía al sueño de Hetzel:

El objetivo es resumir todos los conocimientos geográficos, geológicos, físicos, astronómicos, elaborados por la ciencia moderna y rehacer, bajo la atractiva forma que le es propia, la historia del Universo.

Esa forma atractiva era la novela de aventuras, un tipo de narración que combinara el goce de la aventura con la divulgación de conocimientos científicos, desde la geografía hasta la química. Como explica Miguel Salabert:

Este contrato fue mucho más que una simple transacción, no sólo porque hizo de Verne un escritor profesional, prácticamente asalariado, obligado a una gran fecundidad, sino también y sobre todo porque orientó, condicionó y limitó definitivamente su obra, al encajarla Hetzel en su programa editorial de educación científica, literaria y moral de la juventud, o, dicho de otro modo, al asignarle un público mayoritariamente infantil y juvenil.

En esta empresa ocupó Verne una buena parte de su vida, escribiendo sin descanso y simultaneando en ocasiones la redacción de dos o más obras. El resultado es la serie “Viajes Extraordinarios”, que se inicia en 1863 con la publicación de Cinco semanas en globoy finaliza con la edición de La invasión del mar en 1905, el año de su muerte. En ese período publicó 54 novelas, a las que habría que añadir otras diez que se publicaron póstumamente.

Hay un acuerdo general en considerar las obras escritas entre 1863 y 1884 como las mejores de la larga serie. Entre ellas, justo a la mitad de la selección, encontramos esa cumbre que es La isla misteriosa.

4. La historia contenida en la novela.

En La isla misteriosa confluyen varios de los temas que obsesionaban a Verne, de los que destacan dos. Uno de ellos es el del Robinsón, que le fascinaba y al que dedicó varias novelas. Otro es el de la confianza en la ciencia como medio para dominar la naturaleza y hacer avanzar la civilización. Esta fe en el progreso, tan propia del siglo XIX, está presente en muchos de sus libros; sólo en los posteriores a 1885 comenzará a aparecer la idea de que ese progreso científico también encierra amenazas muy serias para la humanidad.

Aunque ahora la leemos completa, esta novela apareció primero seriada en la revista de Hetzel, Magazin d’education et de récréation, y posteriormente en tres tomos que se publicaron secuenciados, con los títulos que hoy nombran cada una de las partes del libro:Los náufragos del aire, El abandono y El secreto de la isla.

En cuanto a la historia en sí, para no estropearle a nadie la lectura, me limitaré a reproducir las líneas iniciales del magnífico resumen que encontramos en el libro de Jesús Navarro,Sueños de ciencia. Un viaje al centro de Jules Verne:

La acción comienza en un campo de prisioneros en Richmond, al final de la guerra deSecesión americana [marzo de 1865], un mes antes de que la rendición del general Leeacabe la guerra, pero eso no lo saben los protagonistas. Del campo se escapan cincoprisioneros: un ingeniero con su criado negro, un periodista, un adolescente y un marinero. Aprovechan el mal tiempo para huir en globo, pero el mal tiempo se transforma en huracán, que dura cinco días, al cabo de los cuales acaban por estrellarse en una isla ignota en medio del Pacífico Sur.

La primera cosa que hacen es una expedición de reconocimiento, para evaluar las posibilidades de ser rescatados. ¿Es una isla o un continente?, es la pregunta que todo náufrago ha de hacerse, por si el lector no lo sabe. Es una isla de origen volcánico, con un lago, ríos y una exuberante vegetación en la que abundan animales de todo tipo. Una vez que se han convencido de que corren el riesgo de quedarse toda la vida en la isla, el ingeniero propone a sus compañeros que «no nos consideremos como náufragos, sino como colonos».

Agustín Fernández Paz
Vigo, 30 de octubre 2012