Neven Mrgan y James Moore nos trasladan a un futuro distópico regido por el control, la opresión y la censura en el que el gobierno revisa todos y cada uno de los mensajes que los habitantes puedan intercambiarse suprimiendo aquellas palabras no consideradas decentes y apropiadas por la normativa.
El lector irá reconstruyendo la trama de Blackbar a través de las cartas de Kenty, personaje conductor de la trama que se traslada a la gran ciudad para trabajar en la Administración, pero también a partir de los “avisos” del Departamento de Comunicación, los comunicados de la junta vecinal y los clandestinos mensajes de un grupo de insurgentes que han decidido revelarse contra el abusivo totalitarismo.
Gracias al contexto de esta correspondencia, de la información que se puede inferir de ella y de la propuesta interactiva de la obra, el lector irá avanzando y desentrañando la historia desde la perspectiva silente del personaje que recibe las cartas. Y es que, para hacer avanzar la narración, deberemos descifrar las palabras censuradas haciendo que nuestra participación resulte indispensable para poder pasar de “pantalla” y continuar con la lectura.
Esta inmersión lúdica en el género epistolar que conjuga diferentes voces narrativas no sólo invita a debatir sobre el motivo por el que ciertas palabras como “amor”, “loco”, “perdón”, “dinero”, etc. son consideradas inapropiadas o incluso peligrosas por la Autoridad, sino que el juego que se crea en la búsqueda de la palabra omitida deriva en una inevitable reflexión sobre el propio lenguaje y su uso, siendo esta la esencia estética de la obra.
En definitiva, lo que convierte Blackbar en una obra especialmente interesante es la manera en la que, a través del juego de adivinación el lector es conducido hacia la reflexión sobre el lenguaje como algo más que una mera herramienta de comunicación, y ¿no es ese uno de los principios creativos de la literatura?